sábado, 29 de noviembre de 2008

Lagunas Uruscocha




Hemos llegado! Luego de casi 5 horas finalmente arribamos a las orillas de la hermosa laguna Uruscocha. El tiempo que tarda llegar desde Pashpa hasta acá es de generalmente 2 1/2 horas, pero como Carlos y Yo tuvimos que regresar a buscar a Gylma -que se equivocó y se fue a la quebrada Ishinca- el tiempo terminó duplicándose.


El trayecto de ida ha sido más que espectacular. Hemos caminado por entre extensos bosques de queñuales, con un sin número de cristalinos riachuelos que cortaban el camino a cada rato. La vista del nevado desde la ruta era ya espectacular, a pesar de que por ratos las nubes cubrían el cielo. Una vez llegados a la primera laguna -la que dicen es hembra- armamos la carpa y encendimos el hornillo de bencina para cocinar. Mientras bajaba a traer agua de la laguna, repentinamente apareció un curioso zorro en el campamento. Gylma pensó que era el perro de algún pastor, pues increiblemente el pequeño animal se acercó casi hasta tocar su mano. Luego de algunos minutos de exploraciòn el zorro ya estaba dándose cuenta de que no habíamos traído ni gallinas vivas ni carne fresca, por lo que en menos de lo que pensamos, huyò por entre los retorcidos queñuales, echando a perder nuestra oportunidad de fotografiarlo.

Luego de cocinar y comer nuestro delicioso almuerzo, gastamos lo que quedó de la tarde en conversar un poco, pues la oscuridad y el frío que provocaba una advenediza neblina nos obligaba a entrar en las carpas. Nos acostamos y dormimos un rato, pero luego algo nos hizo abrir la puerta de la carpa y, Oh! Sorpresa! Las nubes que habían estado cubriendo el cielo por la tarde se habían disipado y ahora nos parecía estar observando el firmamento desde la ventana de una nave espacial. Todo el cielo lucía increiblemente estrellado, con sus constelaciones claramente identificables y la mancha típica de la vía láctea en el centro del firmamento.

Despertar en una carpa. Las gotitas de la condensación lucen adheridas al techo, como si hubiera llovido por dentro. Abro la puerta y un cielo precozmente azul me recibe, casi tan impactante como el mismo frío que hay a estas horas del amanecer sobre los 4000 mil metros de altitud. Aunque las aguas de la laguna parecen más oscuras a estas horas, su tono intensamente verde sigue siendo impresionante. Carlos y Gylma todavía duermen, así que aprovecho y decido hacer un reconocimiento tempranero a los alrededores de la laguna, y que sorpresas me llevaría! Gran parte de sus orillas estaban como protegidas por el tupido bosque que forman los queñuales. Me fue difícil atravesarlo, sobre todo porque lo subestime. Aún así al regresar al campamento estaba satisfecho por todo lo que había visto en su interior.

viernes, 17 de octubre de 2008

El Cerro Vilcacoto

Luego de esperar casi once años, decidí intentar nuevamente aquello que quedó trunco por las circunstancias; una planificación todavía rudimentaria, propia de mis primeros años.
La oportunidad se me presentaba ideal. La coyuntura climática era ambigua, propia de la transición estacional, y el entusiasmo de los compañeros iba acorde con su buen estado físico.
Llego el día: La reunión es en el informal paradero de Canadá con Circunvalación, ahora reubicado dos cuadras más hacia la Av. Javier Prado. Es sábado, 5:45 de la tarde. Somos siete los aventureros exploradores de lo ancestral: Hilda, Juan, Raúl, Carlos, Nardi, Francisco y Yo. Todavía faltan Pocho, Phyllis y Arturo. Ellos nos alcanzarán mañana en Calango.
Llegada a Calango. 305 metros sobre el nivel del mar y en pleno valle del río Mala. Son las 9 de la noche. Buena hora, aunque un poco tarde para cenar un reconstituyente caldo de gallina, proveedor ingente de lípidos y carbohidratos. La digestión va a ser algo lenta como para irse a dormir pronto, pero nuestra necesidad de descansar para la dura empresa del día siguiente nos lleva directo al hospedaje.
Domingo 18 de abril, 6:45 AM Cronómetros a cero. Los aventureros faltantes ya están en la plaza del pueblo y empezamos el camino hacia donde, según mis investigaciones, había nacido nuestro reverenciado Apu Pariaqaqa: El Cerro Vilcacoto o Condorcoto.
El trayecto inicial se realiza ingresando por una amplia quebrada que desemboca en el río Mala; su cauce seco esta cubierto de rocas dispersas de todo tamaño; estas son una demostración de la magnitud telúrica del evento climático conocido como El Fenómeno de El Niño.
Va culminando la primera hora de recorrido y el calor ya produce sus consecuencias: Nuestros fatigados cuerpos requieren de un breve lapso para recuperar e hidratarse, y ni siquiera ha salida el sol! A pesar de las iniciales circunstancias la mayoría de nosotros esta alegre y vehemente; se hacen bromas y nos reímos con ganas. Todavía falta algo de diez kilómetros de empinado ascenso.
La sensación de agrado y seguridad de la casi plana quebrada se acaba, cambiándola por una fina arista de tierra y piedras pequeñas. El grupo comienza a sufrir un ligero desmembramiento: Pocho y Phyllis, que no están muy habituados a estos trajines, han quedado algo retrasados. Nuevo descanso y el grupo continúa su buen ánimo. Comemos parte de nuestra merienda para reponer las energías perdidas.
Tercera serie: El cerro Vilcacoto aparece en el horizonte. Su pétrea silueta de montaña, a lo “Karakorum”, subyuga a los excursionistas, y no es para menos, pues nos separan todavía desde este punto más de 1200 metros de desnivel. Como una misteriosa casualidad se nos cruza en el camino una ágil serpiente: ésta casi ha pasado sobre los botines de Hilda, y Pocho dice: “Es el Amaru!” como parafraseando el mito de Pariaqaqa.
Luego de ésta curiosa anécdota, nuevamente el camino nos lleva a la quebrada. Notamos que hemos sorteado un sector de ella compuesto por una sucesión de placas de roca lisa, a manera de continuas cascadas. Imposible ascender por ahí sin la seguridad de cuerdas y equipo para escalada. Otra vez es momento de descanso, y ahora sí el grupo está definitivamente fragmentado. Francisco, Nardi y Juan se han adelantado mucho, y no llevan radios, por lo que una creciente inquietud nos lleva a descansar menos tiempo del acostumbrado.
La quebrada ahora es casi plana, son sus tramos finales, pero otra vez su compañía es efímera; tomamos una inicialmente resbalosa arista; es la que nos va a llevar al derrotero de nuestras ilusiones, y no podemos mas que mirar hacia delante. El cansancio va produciendo sus muertos y heridos. Es mediodía y el sol cae casi perpendicularmente sobre nuestras cabezas. Pocho, Phyllis y Arturo llaman por la radio pidiendo chepa. La pendiente se ha puesto muy dura y van a tratar, tal vez, de continuar pero a su ritmo. Media hora más tarde avisan que no van más y emprenden el retorno, mientras nosotros seguimos terca y obstinadamente contra ese extraño conglomerado de roca, tierra y polvo.
El paisaje ha sufrido una mutación surrealista; ya no hay cerros que flanqueen muestras miradas, y solo se yergue el Vilcacoto, con unas nubes ralas sobre su cumbre, como simulando una mascaypacha. Más a la derecha de nuestra posición, en otra arista, aparecen Nardi y Juan; vienen subiendo con prisa y Yo, que he quedado solo, me apuro en darles alcance. La comunicación radial se hace cada vez más frecuente, pues ya no esperamos estar todos reunidos para descansar; hay mucha distancia y el tiempo nos queda corto para dar el asalto final.
Último descanso y estoy solo con Juan y Nardi, ésta última me dice que no se siente bien, pero que va a seguir. Todavía frente a nosotros está lo que será el último escollo para llegar a la cumbre: un espolón de roca descompuesta; detritos ígneos que declaran el origen volcánico del lugar. Por la radio los compañeros avisan que están ya cerca nuestro; Pocho se comunica y nos pide que le llamemos cuando estemos en la cima, va a intentar captarnos con su cámara fotográfica haciendo un zoom desde la quebrada.
Son las dos de la tarde y nos encontramos con Francisco en el hito militar del cerro Vilcacoto ¡Cumbre! Estamos a 2442 metros de altitud y la vista desde aquí es más que impresionante: Por un lado se ven las espumosas orillas de las playas de Puerto Viejo y Chilca, la quebrada del mismo nombre, el valle de Mala. Por otro lado vemos la Cordillera de los Andes, con sus helados picachos sobresaliendo en un horizonte de blanquecinas nubes. Poco a poco van llegando los compañeros, mientras pienso que lugares que reúnan las características de éste peculiar cerro no deben haber muchos. Su sola imagen vista a pocos kilómetros de la ciudad de Lima nos da una señal de la importancia que debió haber tenido en tiempos prehispánicos.
Son las 8 de la noche, la quebrada luce como un telón luego de acabada la función, y en realidad esta figura es la correcta pues ya estamos de vuelta en Calango. Un ligero pero sonoro temblor de tierra nos da la bienvenida en plena plaza de armas. Luego de un rato llegan los últimos compañeros, están demolidos pero con una alegría patológica que solo entendemos los que hemos estado arriba. “Es tarde señor”- Nos dice un joven refiriéndose a que no vamos a encontrar movilidad de retorno, pero nuestra siempre infaltable dosis de suerte aparece y logramos salir a la carretera Panamericana Sur. En menos tiempo de lo previsto estamos en Lima, casi sin poder creer este bizarro periplo; conseguir un sueño de años...

martes, 23 de septiembre de 2008

Lomas de Caringa y los Cicasos

Durante los meses de setiembre y octubre se puede apreciar en el desierto de la costa peruana un espectáculo natural como pocos en el mundo: El ecosistema de "Lomas".
Este consiste en la aparición endémica de una exótica flora y fauna estacional, la cual germina gracias a las continuas lloviznas que caen durante los meses de invierno (junio-agosto) Su piso altitudinal va desde los 200 hasta los 800 metros de altitud, ubicándose generalmente en las primeras estribaciones andinas, muy cercanas al mar. A lo largo de la costa peruana se les puede encontrar desde Lambayeque hasta Tacna.
Sobre el origen de la acepción de la palabra castellana “Loma”, es probable que esta derive de la deformación de las voces aymaras oma y uma, que significan “agua” en todos los idiomas aru (aymará y sus dialectos) Varias toponimias contienen esta palabra, como Omapacha, que significa “tierras de agua”.
La poca información que se tiene sobre los antiguos pobladores de las Lomas de Caringa y Los Cicasos -muy cerca del balneario de San Bartolo- la obtenemos primero del célebre extirpador de idolatrías Francisco de Avila (1598) quien los señala como uno de los grupos que subían desde la costa en peregrinación al adoratorio del dios Pariaqaqa. Según otras fuentes documentales, los Caringa fueron muy importantes. Su otrora principal, don Cristóbal Conpaya, fue convocado junto con otros curacas a la reunión de caciques de 1562, organizada por el arzobispo Jerónimo de Loayza en el pueblo de Mama (actual Ricardo Palma) De ésta surgió un documento en 1573, titulado “Doctrina de Pachacamac y Caringa”,.que ratifica lo antes mencionado. Pero el esplendor que tuvieron los Caringa y sus lomas tuvo su fin en las postrimerías del siglo XVI, cuando durante el gobierno del virrey Toledo fueron obligados a abandonar sus aldeas de lomas y establecerse en el recientemente creado pueblo de Lurín. Otros fueron conducidos como servidumbre de sus encomenderos a la Ciudad de los Reyes, donde llevaron no solo sus costumbres sino también sus prácticas idólatras, representadas en el dios Pachacamac, Este precisamente advirtió de la llegada de los españoles y el triste final de los indios, más no de su muy extendido culto, el que vaticinó continuaría, pero bajo el disfraz de la cruz del Cristo de Pachacamilla, mejor conocido como “El Señor de los Milagros”.
A pesar de que han pasado los siglos, aún podemos ver las numerosas construcciones de lo que fue este Curacazgo, esparcidos como un capricho por el esplendor de la vegetación, los rocosos cauces secos, y la aridez del desierto costanero, entre las quebradas de Río Seco y Cruz de Hueso, en el lugar que hoy se conoce como Las Lomas de Caringa...

Bibliografía:
ROSTWOROWSKI DE DIEZ CANSECO, María. ”Obras completas II, Pachacamac y El Señor de los Milagros: Una trayectoria milenaria” págs 89-92, IEP Ediciones, Lima, Perú. 2002.